HASTA MAÑANA, JAIME.
Hace
muchos años, y cuando todavía era solamente un niño, tuve un maestro que dejó
en mí una huella tan profunda, que cada vez que paso mi mano por ella y la
palpo reconozco una de las principales razones por las que me hice maestro.
Ahora
estas palabras son mías, sí, pero en un futuro próximo podrán ser suscritas por
cualquiera de los alumnos que han pasado por tus manos. Porque mañana, uno de
ellos se convertirá en maestro, y recordándote pensará: “quería ser como tú”.
Como
alumno, no puedo imaginar maestro mejor que tú. Llevas a tus alumnos de la mano
desde su infancia más tierna hasta las puertas de su adolescencia. Y recorren
ese camino llenos de una ilusión que les inyectas en vena a base de cariño,
ternura, y atención. Llenos de aprendizajes en experiencias inolvidables
vividas dentro y fuera de los muros de esta escuela. Llenos de pasión por las
actividades físicas, el deporte, la competición, el sacrificio y el
compañerismo. En pocas palabras, llenos de ti.
Como
padre, no se me ocurren mejores manos que las tuyas para depositar mi confianza
en ellas. Para dejarles a nuestro único y más preciado tesoro. Ellos
necesitaban un referente, un espejo en el que mirarse, una persona que les
sirviera de modelo ejemplar de comportamiento. Te necesitaban a ti. Has tejido
un hilo invisible pero irrompible desde tu corazón hasta el nido de emociones
que están todavía construyendo, y cual cordón umbilical les has transmitido por
él tu vitalidad, tus emociones, tu capacidad de esfuerzo y tus valores. En
definitiva, los has hecho mejores personas.
Como
compañero, tengo el temor de no encontrar las palabras adecuadas para expresar
lo que siento. No hubiera podido elegir mejor compañero de fatigas que tú,
salvo los que afortunadamente aun me quedan. Siempre en el epicentro de la
acción, disponible a cualquier hora y en cualquier circunstancia, ni el cayado
más resistente del mundo hubiera servido de mejor apoyo. Gracias a tu espíritu
de lucha y sacrificio, a tu naturalidad y vitalidad, al trato directo, a tu
infinita capacidad de comprensión y empatía, has convertido este centro de
trabajo en un lugar en el que día a día se suceden una tras otra las muestras
de compañerismo entre todos los que aquí vienen, y en el que hoy es un poco
menos amargo venir a trabajar. En conclusión, nos has hecho mejores compañeros.
Cualquiera
creerá que es impensable encontrarse a alguien así. Pero verdaderamente existe.
Jaime. Jaime Romero. Jaime el de “Educación Física”.
Personalmente,
se me hace muy difícil pensar en tener que acostumbrarme a mirar y no verte en
la silla, con ese nerviosismo que tus inquietas piernas delatan. Dejas un vacío
enorme. Tanto, que a todos los que seguimos adelante nos conviene más rodearlo
trazando nuestro propio camino que intentar cubrirlo. Es imposible. No se
puede. Se me alarga la despedida, sí, pero es que no encuentro las fuerzas
suficientes para concluirla. Lo intento y solo acierto a decir “hasta mañana”.
Debo
concluir. Con todo mi cariño y admiración, que los trazos de esta firma te rodeen
y te den un abrazo que te acompañe para siempre.
Jesús.
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